Frecuentemente escuchamos hablar de “valores” y lamentamos que la sociedad de nuestros días muestre tan grande pérdida de “valores”.
Ahora bien para el hombre común o el denominado “hombre de la calle”, ciudadano que día a día le pone el hombro al país, trabajando y “cinchando” para adelante, no le resulta fácil saber de qué hablamos.
Los “valores” que más se conocen son los materiales, el valor de un auto, de una casa, de un electrodoméstico.
Tampoco es frecuente que alguien se preocupe en aclarar de qué hablamos, cuando nos referimos a “valores”.
Son los valores intangibles, los que de alguna manera se oponen precisamente a lo material.
Son los valores espirituales, la honestidad, la solidaridad, la sensibilidad, el dar la mano que se pueda a quien la necesite. La fidelidad. La paternidad responsables. Esto es procurar dar a nuestros hijos y nietos lo mejor que podamos, comenzando por la esencia de todo: el amor mismo.
Ha caído totalmente en desuso al punto que dudamos muchos que los jóvenes sepan de qué hablamos al decir “ahorrar”, o esperar prudentemente a tener una situación holgada para comprar los bienes materiales que queremos.
Son palabras que poco a poco van cayendo en el vacío. Son los códigos de “los viejos”.
Hoy se vive apurado, todo es descartable. La honestidad es de “estúpidos”, el que encuentra algo y lo devuelve es “un nabo”. El que puede quedarse con algo ajeno, aún a riesgo de que los descubran y sea procesado y no lo hace es un “gil”. Es más, el que respeta los semáforos y espera que aparezca la luz verde -no la amarilla – para seguir es un “tonto”. Lo que importa hoy es el placer por más que sea efímero, por más que el precio sea quedarnos sin trabajo o sin casa incluso cuando nos endeudamos más de la cuenta.
Lo que vale es “hacé la tuya”. “tenelo “ya”.
La publicidad engañosa, porque en realidad nos están vendiendo falsos o efímeros placeres y nos están confundiendo con el concepto de felicidad que nos tratan de inculcar.
La “felicidad” es el automóvil último modelo. La felicidad es el chalé en la playa. La felicidad es tener la última computadora.
La falsa felicidad es usar el antitranspirante tal o cual, el perfume o la vestimenta de tal marca…
Ante todo esto, ¿de qué hablamos? ¿Sabemos pararnos para analizar si realmente nos están diciendo la verdad o sencillamente vendiendo lo que a ellos les interesa?.
Pensar es hoy algo casi “condenable” y de gente anticuada.
¡Lástima!, porque quienes se dejan llevar sin pensar, como ovejas del rebaño, están yendo directamente al despeñadero.
¡Ojalá reaccionemos a tiempo!.