El cambio de mando que se produce casi al mismo tiempo, tanto en Uruguay como en Argentina, nos debe dejar lecciones imborrables, por el bien de nuestros sistemas democráticos.
No podemos ignorar que se avecinan tiempos de confrontación, sobre todo entre las dos grandes potencias de América del Sur, como lo son Argentina y Brasil. Una con un gobierno autodenominado de izquierda, que ha recuperado notoriamente la preferencia popular y el otro con un gobierno definidamente de derecha, nacionalista y que no ha tenido escrúpulos en defender antecesores notoriamente dictatoriales en América, como el paraguayo Alfredo Stroessner.
La prueba de lo que se viene está reafirmada precisamente en el hecho de que el mandatario brasileño, en las antípodas de la forma de pensar de su colega argentino, no asistió a la asunción de su par precisamente.
Pero frente a este panorama que se avecina preferimos quedarnos con lo mostrado por Uruguay, con una concurrencia conjunta entre el mandatario saliente, indiscutiblemente representante de la izquierda del Frente Amplio y el entrante, Luis Alberto Lacalle Pou, hijo de un ex presidente y reiteradamente legislador blanco, considerado de centro derecha, quienes concurrieron en forma conjunta a la asunción de la fórmula argentina.
Es probable que esta concurrencia conjunta anunciada de antemano, haya estado en la base de la decisión de ambos mandatarios argentinos, para concurrir también en forma conjunta a una misa en la cual quien asumiera el gobierno en el vecino país abogó “porque el odio no nos gane” y siga profundizando la denominada “brecha” en que se halla sumida la Argentina.
Demostraciones de estas posiciones no faltaron en el acto de asunción de la nueva fórmula de gobierno Fernández (Alberto) -Fernández (Cristina), porque ésta que tiene varios cargos pendientes ante la Justicia de su país, responsabiliza al gobierno de Macri de organizar una especie de operativa jurídica en su contra.
En el medio de todo esto, el nuevo gobierno asumió una argentina terriblemente comprometida, endeudada y condenada a sufrir durante mucho tiempo antes de volver a resplandecer y hallar el camino de desarrollo humano que perdió tiempo atrás.
Uruguay debe mirar muy bien la realidad regional, ha surgido para instalarse siempre entre las dos grandes potencias, pero en esta ocasión más que nunca está llamado a ser el árbitro y fiscal entre estas dos potencias y seguramente será una tarea tremendamente difícil, porque cada uno intentará captarlo para sus intereses.
Confiamos en la sabiduría experimentada y puesta en práctica por la cancillería uruguaya durante muchos años para desempeñar este rol como corresponde.
A.R.D.