Curso Programación Web
El Centro de Educación Continua de la Universidad Católica y el Campus Salto presentan un nuevo curso de Programación Web, dirigido a estudiantes y profesionales con conocimientos de programación.
El docente a cargo del curso es Federico Antón, Socio Director en Grupo ITe – Desarrollo Web, empresa con más de 17 años de experiencia brindando soluciones en internet a más de 200 clientes en todo el mundo, de los más diversos rubros. Las clases se dictarán los días martes y viernes de 18:15 a 19:35 hs, más 80 minutos semanales de trabajos asincrónicos a través de la plataforma Web Asignatura.
Fecha de Inicio: Primera Parte: 10 de agosto al 1 octubre 2021 – Segunda Parte: 5 octubre al 3 de diciembre 2021
Modalidad: a distancia.
Objetivos educativos
• Introducir al alumno a los fundamentos de la programación web.
• Exponer al alumno a un ecosistema complejo de la programación 1.
Resultados del aprendizaje
Al final del curso el alumno tendrá:
• Capacidad para utilizar o PHP, o Javascript, o CSS, o MySQL interactuando con un servidor de web.
• Entendimiento del manejo de sesiones y estado.
• Capacidad para desarrollar un sitio de web sencillo utilizando AJAX.
Contenidos del Curso
• Introducción a contenidos dinámicos de web
• PHP o Expresiones y operaciones o Flujo de control o Casting o Funciones o Objetos o Arrays o Interacción con el sistema
• XHTML
• MySQL o Comandos MySQL o Transacciones o Llamados desde PHP
• Formularios
• Cookies, Sesiones, Autenticación
• Javascript o Inclusión de funcionalidad de Javascript en páginas o Expresiones y operaciones o Flujo de Control o Funciones o Objetos o Arrays o Validación y manejo de errores con Javascript y PHP
• Ajax • CSS y CSS3
Más información e inscripciones a través del siguiente link: https://ucu.edu.uy/es/node/49053
Contacto: Centro de Educación Continua
educacioncontinua@ucu.edu.uy
Teléfono: 2487 2717 int. 6010/6011
Admisiones Campus Salto: 097354336 –
admisionessalto@ucu.edu.uy
Conociendo a los saberes populares
lo largo de nuestra historia los grupos, comunidades y sociedades han construido colectivamente diferentes acuerdos, dispositivos, herramientas, técnicas, etc., sobre cómo conocer e interpretar el mundo que nos rodea. Estos acuerdos (implícitos o explícitos) incluyen una serie de criterios (de normas, de reglas, de valores, de incentivos, de castigos) que nos guían al momento de construir un conocimiento nuevo, o también, al momento de validar uno ya existente.
Cuando queremos incorporar un conocimiento, por ejemplo, en nuestra vida cotidiana, lo hacemos en el marco de esos acuerdos, respetando, de alguna forma, esos criterios. Si no logramos enmarcarlo en esos acuerdos, nuestro conocimiento será: se nos dirá que ese conocimiento no es válido o que aún no ha sido validado.
Estos criterios pueden ser variados: nuestra propia experiencia (solamente lo damos por válido si lo probamos, si lo vivimos, si lo vemos, lo tocamos o sentimos); por criterios tradicionales (los validamos porque en nuestro grupo, comunidad o sociedad se considera válido desde hace muchas generaciones); por criterios religiosos, místicos, ancestrales (lo validamos porque nuestro sistema de creencias así lo establece); por confianza en las instituciones (por ejemplo, muchas veces validamos conocimientos científicos por nuestra confianza en la «institución ciencia»).
Una segunda cuestión que quiero compartir con ustedes es que las personas cargamos con muchas de estas formas de validar el conocimiento. Hay cosas que las damos por válidas porque las vivimos y entonces sabemos de primera mano cómo es; hay otras que las validamos porque en nuestro grupo (por ejemplo, la familia) siempre se ha utilizado ese conocimiento; hay otras que validamos por criterios místicos o religiosos; hay cosas que las tomamos por válidas porque tienen un fundamento científico o técnico. No tenemos un único criterio; no somos ni todo el tiempo experienciales, ni religiosos, ni tradicionales, ni todo el tiempo científicos. Por tanto, nuestros saberes no son solamente de un tipo o de otro, manejamos diferentes tipos de conocimientos o, al menos, conocimientos validados de diferentes formas.
Cuando queremos construir colectivamente un nuevo conocimiento debemos tener en cuenta estas características, debemos saber cuáles son los criterios que están en juego para validar un conocimiento. En mi labor profesional (vinculada sobre todo al mundo rural) he encontrado que muchos conocimientos, que hoy se consideran científicos, son en realidad conocimientos tradicionales, populares, que las familias ganaderas los han manejado desde hace muchísimo tiempo. Sin embargo, la ciencia (como institución social) no los ha dado por válidos hasta que han pasado por sus criterios de validación (los métodos científicos).
Ese enfrentamiento de criterios sucede habitualmente cuando profesionales (de diversas profesiones) trabajamos con familias dedicadas a la ganadería. Envestidos como profesionales, nos cuesta validar conocimientos que no han pasado por el filtro de la ciencia. De la misma forma, a las familias ganaderas les cuesta validar conocimientos que han pasado por sus criterios. ¿Cuáles son esos criterios? He ahí la cuestión; aún no los conocemos, y como no los conocemos, a veces hacemos de cuenta que no existen.
Para poder profundizar sobre estos criterios, y en el marco de mis estudios de doctorado, me he planteado algunas preguntas: ¿existe una forma particular de validar el conocimiento en la ganadería familiar del norte del Uruguay? ¿Cuáles son los criterios que utilizan para tomar un conocimiento como válido? ¿Cuáles son los criterios que utilizan para construir conocimientos nuevos?
Por lo que les comenté anteriormente, parto de la base de que estas familias integran en sus modos de vida diversos criterios de validación: de la experiencia, tradicionales, religiosos, místicos, institucionales. La cuestión es, cuáles son los criterios predominantes que utilizan al momento de validar los conocimientos que utilizan en sus prácticas productivas.
¿Y esto para qué? Para poder generar un espacio genuino donde se puedan poner en diálogo los saberes, se puedan poner en diálogo los criterios de validación que tenemos, para que, en definitiva, podamos dialogar.
Esta dificultad de diálogo no es novedosa para los/as profesionales; nos pasa todo el tiempo cuando sin estar envestidos de nuestra profesión consultamos con otros/as colegas: cuando vamos a una consulta médica, o contratamos un servicio jurídico, o contratamos a un arquitecto/a. Cuando «no somos profesionales» también cuestionamos los conocimientos técnicos o científicos hasta que pasen por nuestros otros criterios.
Las familias ganaderas cuentan con una sabiduría particular sobre el comportamiento de la naturaleza a partir de la cual toman muchas de sus decisiones productivas. Esta sabiduría ha sido construida a partir de un conjunto de criterios de validación muy variado: a partir de la observación sistemática y permanente de su entorno, a partir de conocimiento profundo sobre su lugar, a partir de tradiciones, de creencias, a partir de sus vínculos con profesionales, etc.
Cuando desde nuestro trabajo ponemos en diálogo un conocimiento científico debemos tener presente que éste no será asimilado, incorporado o aprehendido por el simple hecho de ser un conocimiento científico. Para estas familias, como para todas las personas (incluidas las profesionales), no es suficiente un único conjunto de criterios, no es suficiente, en este caso, que el conocimiento haya sido validado por la ciencia. Las familias de la ganadería, al igual que nosotros en nuestra vida, requieren pasar ese conocimiento por sus propios criterios, por sus propios filtros.
Poner en juego «el conocimiento», el contenido, no es suficiente. Lo que se debe poner en juego, lo que debemos tratar de poner en diálogo, son los criterios que manejamos para validar esos conocimientos. Y para poder poner en diálogo los criterios, debemos intentar conocerlos, debemos ser conscientes de cuáles son. El espacio no me permite ahondar en ejemplos, pero pensemos en cómo la ciencia (la biología, la química, la medicina) ha ido incorporando conocimientos tradicionales y populares sobre los efectos de ciertas plantas en nuestro organismo. Un mismo conocimiento validado de formas diferentes que llegan, en algún punto, a ponerse en diálogo y a ser validados con diferentes criterios. Si pudiéramos conocer con mayor detalle estos diferentes criterios de validación, quizás el diálogo entre estos saberes podría ser más fructífero.
Maximiliano Piedracueva