Se cumplió el pasado miércoles 14, un año más del nacimiento de Ma-rio Benedetti. De ahí que cada 14 de setiembre en el Uruguay se con-memore el Día del Escritor Nacio-nal. A él, el recuerdo y homenaje en la página de hoy.
El incansable buscador
de caminos de expresión
“Se cumplió un año más del na-cimiento de uno de los autores predilectos de la literatura uruguaya, una de esas personali-dades que “ponen al país en el mundo” como se dice habitualmente, es decir, que pasean por el mundo el nombre de Uruguay a través de sus páginas.
Mario Orlando Hardy Hamlet Bren-no Benedetti Farrugia nació en

Paso de los Toros –departamento de Tacuarembó- el 14 de setiembre de 1920 y falleció en Montevideo el 17 de mayo de 2009. Integrante de la Generación del 45, a la que pertenecen también Idea Vilariño, Ángel Rama, Juan Carlos Onetti, entre otros intelectuales de primerísima línea, Benedetti es autor de una muy abundante producción literaria, que incluye un número cercano a los 100 libros, algunos de los cuales fueron traducidos a más de 20 lenguas.
Entre ellos, hay desde poemarios, cancioneros, libros de cuentos, novelas, obras para teatro, ensayos, hasta experimentos más arriesga-dos para cualquier creador como una novela en versos (“El cumpleaños de Juan Ángel”). En esa permanente búsqueda de diferentes caminos de expresión reside, a nuestro entender, uno de los méritos mayores de Mario Benedetti, quien dedicó a la literatura, el pe-riodismo y la docencia la mayor parte de sus días…”
(EL PUEBLO, 15/9/2016)
Sobre Benedetti opina Michelena
El escritor y periodista montevideano Alejandro Michelena, asiduo colaborador de esta página de EL PUEBLO, ha escrito mucho sobre Benedetti. De un texto más extenso titulado “Mario Benedetti: paradojas del éxito”, extraemos hoy los siguientes dos pasajes:

Perfil de sus lectores
La primera constatación a realizar: no es simple lo ocurrido en torno Benedetti, y por ello merece –si real-mente queremos profundizar en su comprensión– el intento de abarcarlo con una mirada que contemple todas sus aristas.
Sus numerosísimos lectores actuales, por ejemplo, manifiestan por este autor un fervor y entusiasmo parecidos, de igual característica, que aquellos que eligen libros del brasileño Paulo Coelho (comparten incluso, según evaluaciones libreras y editoriales, un fragmento considerable de fieles). A partir de esta constatación, podemos ubicar al escritor en esa categoría de “bestsellers” que multiplican geométricamente su difusión a contrapelo de cualquier crítica. Su caso es similar al más reciente de la chilena Isabel Allende, en el que entran en juego ingredientes vinculados al “género” (en América Latina, el porcentaje de lectoras va superando con amplitud al de lectores, al menos en lo que tiene que ver con la ficción).
Dos grandes etapas en su obra
Podemos esbozar, a grandes rasgos, dos períodos bien definidos en la producción benedettiana. A cierta altura el escritor sufre un cambio, que se puede interpretar como un parte aguas en el curso de su obra. Lo que tal vez expli-que más los malentendidos que se han venido generando en torno a su permanencia literaria.
La etapa más valorizada es la de fines de los años cuarenta, toda la década de los cincuenta y hasta comienzos de los sesenta, donde se ubican los cuentos de Montevideanos considerados de modo unánime lo mejor de su narrativa–, y volúmenes líricos como Poemas de la oficina y Contra los puentes levadizos, así como sus novelas La Tregua y Gracias por el fuego. Los analistas más rigurosos espigan, en estos libros y en esa etapa, lo mejor y lo más genuino del autor.
En los setenta se opera un cambio, al compás de la mayor politización de su escritura. Por ejemplo, los cuentos producidos en el exilio en general con temática comprometida, de cara a la situación de opresión que se vivía en el Cono Sur–, más allá de la encomiable intención de aportar a la denuncia de lo que estaba pasando en el Río de la Plata, son narraciones que no se sostienen. Que fallan en la estructura; con personajes demasiado esquemáticos. A partir de los ochenta, lo que se resintió más fue su producción poética. Su verso se tornó facilista, reiterativo y complaciente. A medida que los poemas de Benedetti se multiplicaban en posters y tarjetas navideñas, fueron perdiendo en calidad literaria. Lo que sí conservó la producción benedettiana fue el arte de enganchar al lector, de encantarlo con la pericia indudable de un oficio experiente. Con la salvedad que su público había cambiado casi sustancialmente.