A veinticinco años de su estreno, la serie con uno de los mejores elencos de la historia de la televisión hace que parezca fácil producir una comedia tan disfrutable para seguir viendo
Hubo una época en la que nos las arreglábamos sin tanta televisión. En Estados Unidos había tres canales de transmisión pública donde encontrabas todo (se trataba más de triangular que de cambiarle al canal). Había una que otra estación local y luego lo que pudieras encontrar con tu antena. Ahora hablamos con afán hasta romántico de nuestra así llamada era dorada de la TV, surgida por el auge de canales de cable e internet, y nos quejamos de la abundancia agobiadora de las plataformas de internet. Alguien hasta empezó a calificarlo irritablemente como el apogeo de la TV, peak TV, la vida pegados a pantallas donde el dinero no compra la felicidad.
En retrospectiva, hablar de la época de menos televisión ahora parece sugerir que aquella programación televisiva era inferior: en volumen, en valor, en verisimilitud. Pero ¿Friends a qué diablos era inferior? Tiene 236 episodios, apenas uno menos que todos los capítulos combinados de Juego de tronos, House of Cards y Orange is the New Black. Y la mayoría de esos 236 episodios siguen siendo prueba perfecta de una comedia que aprovecha su tiempo al máximo. Tal vez es difícil argumentar que Friends era perfecta, por no decir excelente, justamente porque hacía parecer que era muy fácil desatar tantas risas.
Hay varios programas de la «televisión antigua» que hacen parecer que todo es fácil; incluso si los personajes estaban teniendo rompimientos amorosos, desangrándose o muriéndose. Eso es porque cuando eso sucedía obviamente no era una película. Pero la televisión ahora es nuestro cine: es al que más queremos y al que más le creemos. Desde su existencia, la comedia de situación estadounidense, o sitcom, había sido anticinematográfica, con todo y sus cortes de publicidad.
Antes de que hubiera una cantidad abrumadora de televisión, de cualquier manera había mucha, como queda claro con Friends. Imagínate el esfuerzo para grabar veinticuatro episodios de una temporada que dura nueve meses (y había ciertos programas que tenían aún más capítulos). Era un trabajo imposible que los que estábamos sentados en el sillón dábamos por sentado. Y un canal como NBC, que produjo Friends, podía hacer que algo que se diera por hecho se volviera obligatorio con la amenaza de que de otro modo te estabas perdiendo lo único que había. Tecnológicamente era una época distinta porque, si te perdías un episodio, nadie te podía decir bien cuándo lo ibas a poder volver a ver.
Friends era un programa de televisión «fácil», pero de altísima calidad. Tenía tantas bromas, tanta comedia de gestos, tantas sorpresas y momentos enternecedores, tantos gritos de emoción de un público en vivo. Los peluqueros empezaron a copiar (no siempre con éxito) el estilo de Rachel. Las cafeterías se volvieron un segundo hogar para la gente. Decenas de millones de personas vieron todo ese trabajo de hacer guiones, dirigir y actuar, que parecía un esfuerzo nimio, a lo largo de una década. Ese trabajo y la devoción de un país entero: eso sí se siente como evidencia de que se trataba de una era dorada de algo.
Las muchas noches que he pasado en mi sofá riéndome al ver, digamos, a Ross y Phoebe debatir la evolución; a Phoebe, Joey y Ross imitar a Chandler o a Chandler mordiéndose la lengua al ver a Monica con trencitas, ni qué decir de a Rachel tardándose tanto en revelar quién es el padre de su hija: todas esas noches no se han tratado de la comedia de situación de Friends. Se han tratado de nosotros —de mí con esas seis personas en mi pantalla— y de mi necesidad, aun ahora, de ver qué están haciendo y cómo están a pesar de que los conozco desde hace veinticinco años.
Friends se transmitió por primera vez en Estados Unidos en el canal NBC en otoño de 1994, estuvo al aire por más de una década y cada semana, típicamente, era sintonizado por entre 25 y 30 millones de televidentes (a veces más). Ahora se retransmite en un canal que mi proveedor pone hasta el principio de la guía, de tal modo que después de recorrer la programación desde las noticias locales hasta Los Simpson, siempre termino viendo a Chandler, Joey, Monica, Phoebe, Rachel y Ross. Hay algo de holgazanería detrás de mi elección (porque ¿quién todavía usa las teclas de número para cambiar el canal en su control remoto? Seguramente tú ya ni tienes un mando).
Pero, la verdad, es simplicidad más que holgazanería. Friends es muy fácil de ver. La genialidad de otras series, como Seinfeld o hasta Los Simpson, es que la comedia sale de la situación. ¿En qué problemas se meterán ahora Jerry y el grupo? Ya sea que estás viendo un episodio por primera o vigésimo séptima vez, esa premisa es en gran medida de donde uno deriva la emoción de verlo. Pero en Friends, la premisa son los amigos.
Por supuesto, los amigos empezaron con un toque de los Seinfelds. También eran un grupo de gente blanca que vivía en la ciudad de Nueva York. Y muchos de los primeros episodios eran batallas para defender la etiqueta social y probar retorcidas ideas de cita. Pero en Seinfeld, la ciudad y la virtuosa fe de los personajes en sus propias normas, termina encaminándolos a una misantropía lunática. Eran antisociales.
En Friends era distinto. El comportamiento o la desigualdad económica solo parecían unir más a los personajes. Cuando, en el episodio 29 todos salen a cenar a un restaurante lujoso para celebrar que Monica recibió un ascenso en su trabajo, Phoebe, Joey y Rachel piden los platillos más baratos del menú y luego se rehúsan a dividir la cuenta en partes iguales. La disparidad de ingresos causa un cisma entre ellos tres y los otros tres, hasta que Monica se queda sin trabajo y Joey ofrece prestarle para su café de 4 dólares… con el dinero que Joey le pide a Chandler.
El tema musical de la serie no mentía: ellos realmente estaban ahí el uno para el otro, entre chistes y sin ellos. El estar era el principal atractivo, el gancho intangible de la serie. Los guionistas podían inventarse tramas que los directores verían cómo realizar. Sin embargo, el poder estar con esos seis actores juntos mientras hacían algo o nada era el mejor momento de la semana para muchas personas.La manera en la que ellos estaban ahí el uno para el otro también era muy maleable. Eran seis personas que podían gritarse, pelearse, mentirse entre sí y también decirse las verdades más incómodas, al mismo tiempo que se mantenían muchos secretos y que se separaban (muchas veces y de muchos modos). Pero, como sexteto, siempre regresaban a estar juntos. Así me encantan, en media docena. También me encantan en pares y en tríos, como soluciones matemáticas humanas o experimentos de química personal. Creo que he visto diez veces solamente la escena en la que Chandler, Joey y Monica por fin ceden y le confiesan a los otros tres que, sí, Chandler orinó en la pierna de Monica por un picadura de aguamala.
No sé cuántas veces hayan repetido el rodaje de esa escena ni cuánta cafeína tuvieron que consumir. Lo que sé es que es una maravilla para los ataques de risa. Es una comedia a partir de la vehemencia y de alta energía que solamente podía suceder con ese reparto, porque hasta entonces era el mejor elenco en la historia de la televisión. Otras comedias de reparto consideradas de las mejores, como The Mary Tyler Moore Show (La chica de la tele) o Cheers, mezclaban bien a sus personajes ingeniosos y a los bufones con los gruñones y santurrones. Algunas comedias que también se pueden ver una y otra vez, como The Golden Girls (Los años dorados) o Frasier, nos ofrecían una combinación de payasadas, momentos de acidez y de bienestar. No obstante, en Friends las porciones de esos platillos eran más grandes. Intentaban lograr más, lo intentaban más seguido y casi nunca fallaban.ma hacer el trabajo de derribar barreras con celeridad.
(THE NEW YORK TIMES)