FRANKENSTEIN. Pongamos en claro algunas ideas desde estos apuntes que aún están en borrador, tratando de ser, en lo posible, lo más honesto intelectualmente en estos momentos de tremenda indignación.
Por el solo hecho de nacer, somos personas, y por tanto, nacemos con los mismos derechos y obligaciones que cualquiera. Ya lo marca nuestra Constitución de la República, cuando subraya que todos somos iguales ante la ley, diferenciándonos únicamente por nuestros talentos y virtudes.
Nadie nos otorga derechos, nacemos con ellos por el solo hecho de ser personas, y es el Estado el responsable de garantizar el pleno goce de los mismos. Pero el pleno ejercicio de estos derechos se posterga hasta cumplir 18 años de edad, con algunas excepciones previstas a texto expreso por la ley. Pero que obtengamos en su plenitud la ciudadanía a los 18 años, no nos exime de nuestras obligaciones como integrantes de la sociedad en la que vivimos en ningún momento, aún siendo menores de edad.
Estos, que no son otra cosa que principios generales, caen en letra muerta cuando la realidad en la que vivimos los supera y revierte, a través de alguna doctrina jurisprudencial que la apaña, y donde solo el delincuente termina teniendo derechos.
Resulta que el Estado fue creado por el Hombre para que le proporcionara seguridad a la sociedad. En ese pacto, el Hombre estuvo dispuesto a ceder parte de su libre albedrío en pos de un bien general para la sociedad.
No tengo claro en qué momento es que el Estado cobra vida propia, como el monstruo de Mary Shelley, se revela a su amo, que no es otro que el ciudadano, el soberano, y revierte la esencia de su naturaleza.
Aún recuerdo aquellas series o películas de los 70 cuando los policías hablaban que al delincuente había que “ponerlo tras las rejas”. Hoy pareciera que los delincuentes somos la gente de bien porque literalmente vivimos tras las rejas que tuvimos que poner en nuestros hogares para protegernos de esos malvivientes que caminan libremente, apropiándose de las calles, con la excusa que han tenido que salir a robar y a matar porque son víctimas de esta sociedad.
Ese pensamiento perverso nos ha traído hasta acá, donde el valor de la vida de un ser humano no vale el menguado salario que le pagan. Uno sale de su casa a trabajar y no sabe si volverá. Ya es más que una sensación térmica ver cómo asesinan a una cajera de un supermercado porque se puso nerviosa en un robo a mano armada y no pudo destrabar su caja registradora para darle el dinero al asesino que con total desprecio por la vida, al retirarse y casi con desdén –según se ve en el video que ha circulado por las redes sociales y que no deja de ser un triste documento de lo que hoy vale la vida en Uruguay-, termina por despedirse del lugar tirando un tiro casi sin mirar y asesinando por la espalda a una madre de 26 años de edad.
Por suerte este hecho no ha pasado desapercibido por la sociedad. La indignación es tan grande, de todos, por el sencillo hecho de no saber si los próximos en esa lista fatal de víctimas de la inseguridad estén nuestros nombres.
La policía está haciendo su trabajo, pero la Justicia también tiene que ponerse las pilas y enviar otro tipo de señal a la sociedad. Al ver el prontuario del joven asesino, que no es ninguna víctima de la vida (él optó por robar, asesinar y violar mujeres, no como el resto de la sociedad que no baja los brazos y la sigue peleando legalmente), nos preguntamos qué hubiese pasado si la Justicia hubiera preferido defender los derechos de las víctimas y no los del victimario… quizás esa joven vida, como la de tantos otros uruguayos, se hubiese salvado.