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sábado, 07 diciembre 2019 / Publicado en Sin categoría

Octavio Paz, en los ojos de la India

El Nobel, embajador de México en el país asiático durante la década de los sesenta, dejó un legado que perdura en el país invitado de la FIL de Guadalajara
Un enamorado de la mitología hindú. Un pionero latinoamericano en el país-continente de Gandhi, Nehru y Tagore. Un poeta universal. El legado de Octavio Paz como embajador de México en la India dejó una estela histórica y literaria ampliamente documentada en su país de origen, pero que también tuvo un impacto notable y menos conocido entre los lectores y autores indios, incluso mucho antes de ganar el Nobel de Literatura en 1990.
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que tiene al país asiático como invitado de honor, no solo ha servido para tender puentes entre ambas tradiciones literarias, también ha permitido repensar la figura de Paz en la voz y desde la mente de los autores indios. «[Paz] tenía una gran empatía por la cultura india y logró entender a profundidad las similitudes de ambas culturas, y por eso el país sigue estando muy agradecido con él», afirma Vijay Seshadri, ganador del Pulitzer de Poesía en 2014.
«La obra de Paz es fundamental, no solo era un ejemplo vivo de la poesía como fenómeno universal, también tenía una prosa prodigiosa», asegura Seshadri, nacido en Bangalore (sur del país), pero radica en Estados Unidos desde los cinco años. FOTO CULTU
El poeta Makarand Paranjape recuerda que aún era un estudiante universitario cuando tuvo su primer encuentro con los libros del Nobel mexicano en la década de los setenta. «Lo que más me sorprendió fue su sensibilidad y, hasta cierto punto, el erotismo de su poesía», cuenta Paranjape. «Claro que lo conozco, mi tesis de universidad empezaba con una cita suya», recuerda Sukanya Datta, divulgadora científica y escritora de Ciencia Ficción.
Paz fue embajador entre 1962 y 1968. Su romance y fascinación por la cultura india, sin embargo, había comenzado muchos años antes. En 1951 visitó el país por primera vez después de que fuera designado como agregado cultural de la primera delegación mexicana en la India, que había concluido en 1947 un movimiento independentista que se extendió durante nueve décadas. La aventura solo duró seis meses, pero sería un presagio de lo que vendría después.
Tras divorciarse de la escritora Elena Garro, en 1959, tres años antes de asumir el puesto como embajador, el poeta se encontraba en una época de autodescubrimiento. Paz había emprendido una búsqueda por la verdad, pero sus principales hallazgos fueron el amor y la filosofía budista.
Poco después de llegar a la residencia oficial en el número 13 de la calle de Prithviraj Road en Nueva Delhi, Paz conoció en el barrio de Sunder Nagar de esa megalópolis a la francesa Marie-José Tramini, su segunda esposa. «Paz se enamoró de la India y fue aquí también que se enamoró de una mujer de manera definitiva», apunta en un ensayo el académico Anil Dhingra. «Nosotros le pedimos al Nim que nos casara. Un jardín no es un lugar: es un tránsito, una pasión», escribió Paz sobre la boda, que se celebró en 1964 en el solar de la residencia oficial, bajo la sombra de un frondoso árbol de nim, una de las imágenes recurrentes de su obra producida en India. «Paz estableció la costumbre de hacer de la Embajada de México en Delhi una casa de puertas abiertas, recuerdo haber pasado varias horas en los jardines de la residencia oficial», relata Paranjape.
«Octavio era muy querido en la India, cada vez que el tren se paraba había gente que lo saludaba. Guardo ese recuerdo como un tesoro», recordó Tramini, en una entrevista publicada por The New York Times. Paz viajó por el vasto subcontinente índico y plasmó esos recorridos en obras como El mono gramático, que tiene como telón de fondo Rajastán (norte del país), y Ladera este, un libro en el que algunos poemas están inspirados en sitios y monumentos como la tumba del emperador mongol Humayun, en Delhi, o las montañas de Nilgiri, al sur. En Vislumbres de la India, publicado en 1995, Paz reflexiona sobre el impacto vivencial y espiritual que tuvo el país en su vida.
«Lo que me parece fascinante de él es que era un hombre completo desde el punto de vista de nuestra cosmovisión ancestral, tenía un lado sensible como poeta, un lado racional como diplomático y estaba en contacto con su espiritualidad», señala Amish Tripathi, un novelista y diplomático que se ha especializado en la mitología de su país. «En la India es bastante habitual que los poetas incursionen en el servicio público, por eso fue tan bien recibido», agrega Tripathi. «Entre los círculos intelectuales es común decir que Paz es el Tagore latinoamericano», comenta Shrimati Das, directora de la Casa de la Cultura de India en México, aunque admite que el mexicano no es muy conocido por el grueso de la población.
Mientras la melodía de las cítaras, las danzas tradicionales y las coreografías de Bollywood retumban en Guadalajara, el gran reto para ambos países es capitalizar nuevas oportunidades para llegar a los lectores de dos mercados literarios que siguen siendo recónditos y permanecen alejados. La memoria de Paz puede ser una pieza esencial para lograr esa conexión. «Atesoramos su estancia como embajador y poeta, y esperamos tener otra figura como él pronto como embajador en India», concluye Paranjape.
(EL PAÍS DE MADRID)

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