Por estos días la Real Academia Española ha dado a conocer algunas modificaciones en el Idioma Español, que tiene que ver con la «elle», con la «ch», con el tilde, entre otros aspectos.
Esto ha causado casi una conmoción, en el ámbito lingüístico porque el campo del idioma es uno de los más reacios a los cambios.
Grandes discusiones se oyen, tanto defendiendo los cambios y la «adaptación» a los nuevos tiempos, como condenando las modificaciones a algo trasmitido por generación en generación desde los mismísimos tiempos de Miguel de Cervantes.
Pero honestamente creemos que enfrascarse en esta discusión es dedicarse a tratar de alcanzar la zanahoria que se le muestra al burro, que no llega a notar que pende de un palo atado sobre su propio lomo y por lo tanto jamás podrá alcanzarla.
Las modificaciones idiomáticas responden a una serie de factores quizás el más «importante», tiene que ver con el económico. Mucho dinero se mueve tras los diccionarios, las traducciones y demás.
Existe también un aspecto de poder. La Real Academia Española sigue siendo el órgano principal a la hora de establecer modificaciones o incorporar palabras al idioma español. Sin embargo España toda no representa hoy día más del 10 por ciento del mundo de habla hispana. Vale por lo tanto preguntarse si el enorme poderío que representa tener el poder decisión en sus manos, está debidamente justificado?.
Por último, mientras nos quedamos con la discusión si tilde sí o tilde no, en realidad estamos ignorando el verdadero trasfondo. Lo que hoy se está haciendo es una suerte de inicio de la aceptación de un fracaso.
El fracaso del intento de preservar el idioma de los ataques que ha tenido a consecuencia de la telefonía móvil y de la difusión masiva de la informática. Sucede que las generaciones jóvenes fueron dejando de lado aspectos esenciales del idioma, simplificando a su gusto y gana y la Real Academia no fue capaz de dar una respuesta acertada y rápida a esta deformación.
Hoy en día es usual que los jóvenes usen «salu2», ó «xq», por ejemplo, en una suerte de simplificación que no responde a norma ninguna, pero todos los jóvenes la conocen.
Esta es la cuestión de fondo. Todo lo que le queda a la RAE, es «acomodar el cuerpo» a los cambios que ya han sido asumidos por las jóvenes generaciones, si no se quiere perder la conducción del idioma, un riesgo bastante inminente, de todas formas.