Politólogo Ernesto Nieto
He vivido varias inundaciones. En varias de ellas y utilizando el término que se estila hoy día, en “calidad de desplazado”. Con la poco fiable certeza que producen las emociones humanas tengo muy presente la inmensa impotencia que produce que el agua se meta y destruya, rompa, ensucie y contamine todo lo que encuentra a su paso. Pero también tengo muy presente la sensación que produce que alguien que no conoces, o apenas registras como un “vecino de la esquina” se ponga a cargar tus muebles sin preguntar demasiado. También sé de qué se trata poner un bote inflable y ayudar a una vecina que se “olvido” el gato y el animalito quedó aislado del mundo. Las inundaciones son todas parecidas, pero esta que recién está pasando en Salto tuvo algunas características que quiero detenerme a registrar.
Esta inundación no hizo distinciones sociales: el río creció tanto que si bien impactó más a las personas que viven con menores ingresos y en las zonas bajas de la ciudad tuvo a decenas de hogares de altos y muy altos ingresos bajo el agua. Esta vez algunos de los más ricos de la ciudad también padecieron la furia del río Uruguay.
Nunca había visto tantas donaciones como en esta crecida. Parodiando a la canción del folklore popular se podría decir “de todas partes vienen” las donaciones. Hubo de las organizadas; por todo tipo de instituciones, clubes, gremios, asociaciones y empresas; pero hubo miles de “particulares” que se acercaron con camionetas y vehículos repletos de comestibles, pañales, colchones y similares que habían comprado de su bolsillo y los donaron. Hubo gente que donó su trabajo en organizar todas esas donaciones, ya sean los comestibles, las ropas, los productos de limpieza. Hubo algunos que organizaron actuaciones para los inundados. Los medios de comunicación pidieron, pidieron y pidieron la colaboración una y otra vez. Estas cosas, que siempre han ocurrido en las últimas décadas en esta creciente tuvieron un carácter inusitado. En algún momento las autoridades tuvieron que salir ellosa pedir que ya no se hicieran más donaciones de ciertos artículos.
Otro dato que ha pasado desapercibido es que la cantidad de familias alojadas en los lugares dispuestos para tal fin es porcentualmente mucho menor que la alojada en crecidas anteriores pero con el río en un nivel más alto y por tanto con muchos más desplazados; si tenemos en cuenta la cantidad de desplazados totales por el río Uruguay en Salto, y los que tuvieron que ser alojados en albergues dispuestos para el caso la cifra nunca superó el 25% del total. Es decir, hubo mucho más familias, amigos, conocidos, o simplemente vecinos que dieron alojamiento a familias enteras que en anteriores oportunidades.
Los dos aspectos que mencioné antes tienen dos dimensiones complementarias: se donó más y se alojó a más gente en viviendas particulares porque comparativamente la situación económica en esta inundación es mejor que la que se tenía en otras inundaciones importantes de los años 80, 90 y del siglo actual. Pero la otra dimensión es que la solidaridad sigue estando. Por más que la economía sea mejor para buena parte de la población si no existe un fuerte sentimiento de colaborar con los damnificados, si no existe la sensibilidad para ver el dolor del otro como el de uno mismo, si esas cosas no pasan, no hay efectos. Y eso pasó, los salteños, y los uruguayos en general tuvimos una respuesta de profunda empatía con nuestros inundados.
Esta inundación por su envergadura mostró lo oportuno de la creación del SINAE, el Sistema Nacional de Emergencias con dependencia directa a Presidencia de la República. Esta crecida requería coordinación y trabajo para que sus efectos sobre las personas y bienes fueran los menores, y con los resultados a la vista el trabajo fue realizado de una forma más que aceptable.
Sin embargo la situación que el agua también nos dejó es una ciudad que ha acentuado su deterioro urbano y ambiental: hay decenas de viviendas que han quedado inhabitables; calles enteras donde se hace difícil imaginarse el retorno; pero a esto debemos sumarle la forma en que esta crecida ha puesto de manifiesto la precariedad de aspectos elementales de cualquier ciudad. Salto ya estaba repleta de pozos en sus calles; hoy lo está aún más. Salto tenía serios problemas de recolección de residuos. Hoy el problema es aún mayor. Si cuando el nuevo gobierno departamental asumió estos eran temas que requerían solución rápida, hoy se han transformado en una urgencia. Pero esto no es todo. El agua también nos trajo la multiplicación de factores de riesgo sanitario inminentes. Tenemos identificados dos nombres que dan de temer: leishmaniasis y dengue, y para ellos los miles de mosquitos -¿o serán millones?- que la crecida ha aumentado en el hábitat propicio para su reproducción.
Por cierto, el agua también nos dejó algunos saldos políticos muy concretos. Por unos días la mayoría de los dirigentes locales de todos los Partidos dejaron de lado sus diferencias. Solo unos pocos, a los que el tiempo les mostrará lo poco afortunado de su accionar siguieron con su campaña electoral permanente.
Finalmente, el agua nos dejó varios desafíos que no son menores: hay que reconstruir viviendas y calles; rediseñar un sistema de recolección de residuos efectivo; recuperar paseos y zonas enteras arquetípicos de nuestra forma de vida como las costaneras; atender la situación sanitaria ya declarada de “emergencia” y por si fuera poco pensar en el mediano plazo si es necesario realojar familias y desplazarlas de las zonas más bajas de la ciudad. Y todo esto hacerlo con un gobierno departamental que para poder funcionar tuvo que contraer una deuda millonaria con el gobierno central al asumir en julio del año pasado. No vienen tiempos fáciles para Salto porque ninguna de estas tareas es sencilla…ni económica. Solo el tiempo dirá cuan a la altura de las circunstancias y de nuestra propia historia se ha estado.