La forma en que tres personas, un comerciante y dos clientes de su comercio, desarmaron a un joven asaltante que ingresó armado al local, encañonando a la madre del comerciante, ha sido sin lugar a dudas reveladora de lo que está pasando.
Una vez desarmado y despojado del arma, el asaltante fue atado, sacado del local y golpeado y pateado en el suelo hasta matarlo. Que a nadie le queden dudas, es un cruel homicidio. No debe haber un solo uruguayo que pretenda ignorar la gravedad de este hecho.
Ahora bien, cuando hablamos de las causas y pretendemos posicionarnos frente a la acción que tuvieron estos tres hombres, uno de ellos directamente y los dos restantes involucrándose posteriormente, las cosas no son tan claras. Más de un uruguayo, aunque no lo exprese, comparte la reacción violenta a la hora de enfrentar los asaltantes, quizás sin llegar al extremo del homicidio.
Esto trasluce el grado de violencia al que hemos llegado y esto no depende sólo de los “medios” por más que haya alguno que en alguna medida contribuya a “recalentar” el ambiente, sino esencialmente es reflejo de una sociedad que no ha sabido manejar este tema y ha caído en estos extremos.
Las continuas marchas y contramarchas, en cuanto a derechos y responsabilidades ha desembocado en esta situación de caos.
Tan grave es la radicalización – muchas veces crímenes alevosos – de un extremo, como del otro, aún cuando el origen de los hechos sea diferente, las acciones son igualmente condenables.
En una situación de radicalización, cuando se opta por hacer “justicia”, por mano propia, caemos en estos extremos, cuyo daño seguramente es mayor aún.
Mal que nos pese y por terrible que nos resulte soportar estas situaciones de extrema violencia, como violaciones y crímenes, en carne propia, a veces entre nuestros familiares o amigos, es necesario dejar la justicia en manos de los jueces.
Sabemos cuanto cuesta. Sabemos lo que significa pedirle esto, a un padre al que le han asesinado o violado un hijo o viceversa, pero nada se arregla respondiendo con la misma violencia que hemos sufrido.
Quizás no compartamos las leyes o la aplicación de éstas. Quizás nos quede una amarga sensación para el resto de nuestras vidas, porque hay hechos irreparables, pero la justicia por mano propia no hace más que agravar las cosas…
La clave está en comprometerse y exigir leyes justas, adecuadas y aplicación debida para defender a los ciudadanos honestos y correctos y sancionar como corresponde, aunque sin tormentos y excesos innecesarios a quienes están fuera de la ley.
Esa es la cuestión.