En el marco de los veinte años del Campus Salto de la Universidad Católica del Uruguay y de los cien años de la donación del Parque Solari al pueblo de Salto, se realizó, el jueves 5 de octubre, la mesa redonda Paisaje cultural: naturaleza, arte, industria, en el museo Las Nubes.
Esta actividad forma parte de los Jueves de Patrimonio, ciclo anual de conferencias y un foro social, además de universitario e interinstitucional, organizado por la profesora e investigadora de la Universidad Católica (UCU), Amalia Lejavitzer. Los Jueves de Patrimonio se vienen realizando de manera ininterrumpida desde el 2015; de hecho, este año cumplen su novena edición.
Su cometido es vincular la investigación académica con la sociedad, y promover un espacio de encuentro, reflexión y diálogo entre los distintos actores involucrados en temas del patrimonio (académicos, investigadores, gestores culturales, directores de museos y espacios culturales, artistas y creadores) con el público en general.
La premisa que articula el ciclo es “hacer visible lo invisible”, en concordancia con los postulados de la UNESCO en materia de patrimonio: es necesario ver para conocer, conocer para valorar y valorar para conservar. Así los Jueves de Patrimonio se proponen contribuir a esa visibilización y a la construcción de conocimiento para la consecuente valoración y salvaguarda de nuestro patrimonio material e intangible.
En esa línea, la doctora Amalia Lejavitzer, coordinadora de la línea de investigación Paisajes culturales y territorios en la UCU, en su ponencia Vides, naranjos, olivos y el paisaje cultural salteño, mostró el valor patrimonial e identitario para Salto de los paisajes culturales -entendidos como la transformación de un territorio por el accionar del ser humano y de la naturaleza. En especial se centró en aquellos paisajes asociados a los cultivos agrícolas, como la vid, el olivo y los cítricos, en los cuales fueron pionero figuras como Pascual Harriague, José Errandonea y Pedro Solari, respectivamente. El legado que estos inmigrantes dejaron en territorio salteño pervive hasta nuestros días, y forma parte del patrimonio intangible, pues estos paisajes de la alimentación implican no solo un desarrollo tecnológico e industrial, sino saberes, usos y costumbres tradicionales que tienen que ver con los hábitos mediterráneos de una dieta donde el aceite, el vino y la fruta tuvieron un papel protagónico.
Por su parte, el embajador retirado Pelayo Díaz Muguerza, con una narración bella y poética, habló de la génesis del Parque Solari, desde que, en 1923, don Benito Solari donó la que fuera su quinta -llamada de Blandengues- al pueblo de Salto para conformar un parque público. Las 17 hectáreas que lo conforman incluyen una glorieta en la parte más elevada a la que se accede por un sendero de azaleas, una escultura de Venus en el centro del lago, formado por un afluente del arroyo Sauzal, un par de edificaciones y el jardín “Leandro Silva Delgado”, en honor del destacado paisajista salteño que diseñó el proyecto, que originalmente se llamaba Parque del Descubrimiento, pues era una especie de muestrario botánico de las distintas especies vegetales que los españoles aportaron a América. El embajador Muguerza destacó la incansable labor que Isidra Solari ha realizado en pro del patrimonio cultural de Salto, y en particular por la conservación y puesta en valor del parque legado por su abuelo, asimismo planteó la necesidad de que ahora sean los jóvenes, quienes tomen la posta en la salvaguarda del patrimonio.
Por último, la arquitecta y doctora en Historia del Arte, Elena O´Neill, presentó la relación entre arte, arquitectura y paisaje; habló del paisaje como una forma material sensible sobre la que los individuos actúan, pero que a la vez ella actúa sobre los seres humanos. En este sentido, mencionó que la arquitectura es generadora paisajes en donde los “objetos” arquitectónicos, como la Torre de Refrescos del Norte de Eladio Dieste, se integran al territorio y ese territorio transformado imprime una huella en los individuos lo habitan. Asimismo, se refirió a la casa de Enrique Amorim, Las Nubes, como ejemplo no solo de arquitectura modernista y de integración al paisaje natural, sino de un espacio de encuentro de una red de intelectuales latinoamericanos de la época, donde el paisaje se vuelve cultural y evidencia la dimensión de lo intangible; igualmente el edificio de la Envasadora de cítricos Caputto, hoy Frutura, también diseñado por Dieste, dialoga de manera armónica con su entorno natural y lo transforma, en un paisaje cultural industrial confiriéndole nuevos significados materiales y simbólicos.