Víctor Rolando Lima había nacido el 16 de junio de 1921, en Salto. La crónica y la versión de quienes lo conocieron, cuentan que Víctor Rolando Lima nació en Salto, el 16 de junio de 1921, en la finca ubicada en el número 869 de la calle Uruguay, exactamente enfrente de la casa donde pasó su niñez Horacio Quiroga, extraña coincidencia la que une los destinos de ambos en los extremos de sus respectivas existencias.
Su padre, escribiente de Policía de ese departamento, es trasladado al Interior, y de allí a los pueblos de Valentín y Belén, al que se traslada con su familia; y el camino terminó cautivando al pequeño Víctor, convirtiéndolo en un verdadero trotamundos.
Quien conserva los recuerdos más vividos y perennes es su hermana Lidia René Lima, que rememora con ternura aquellos primeros años de la vida de su hermano y la suya propia: «Víctor tenía cuatro años y yo cinco cuando nos fuimos a vivir a la estancia de mi abuelo, ubicada en un lugar llamado «Zanja del Cobre» en la zona del Arapey Chico. A él le encantaba el campo, salía a recorrerlo con los peones y disfrutaba mucho contemplando el paisaje; una vez casi se ahoga por la crecida súbita de un arroyo, todo el mundo estaba muy asustado, mi abuelo mandó llamar a todos los peones para rescatarlo, pero él no le dio importancia cuando salió se puso a recitar unos versitos.»
Vuelto a la ciudad para terminar la escuela, e iniciar el liceo, que no llega a terminar, ya que en ese entonces, se la pasaba escribiendo versos.
Fue capaz de sentir como propio el dolor de los demás y, al mismo tiempo, reír con su risa y palpitar con las alegrías apenas. El ser humano inserto en el paisaje es también tema prioritario de su repertorio, la humilde lavandera, el niño arrancador de naranjas, el hombre común elevado a la categoría de «persona» como parte de un mundo real, a veces paleteo y sufrido, pero al que se resiste, deliberadamente, a describir con rasgos de ensoñación.
Vuelto a Salto sigue soñando y escribiendo, realiza recitales como recitador de sus propios poemas, algún ya amarillento programa aún evoca su participación en aquellos eventos culturales que se realizaban en las salas municipales del Ateneo de Salto y el Teatro Larrañaga. Víctor se integra a la Intensa actividad cultural del Salto de los cincuenta y forma parte de la Asociación Horacio Quiroga, organización no gubernamental que cuenta por aquellos años con la presencia del gran escritor cosmopolita Enrique Amorín como uno de sus principales paladines y que procura difundir y estimular la actividad artística en todas sus formas expresivas, desde la literatura en todas sus variantes al más amplio espectro de las artes plásticas.
Pero es también el hombre común que transita las calles y puebla los bares de la ciudad-, anónimo y pasando desapercibido. Sencillo, humilde y bohemio, muchos ojos y memorias aún recuerdan su paso cansino o su sonrisa alegre e introvertida por algún rincón del misterioso ámbito de los boliches. Lo que queda de empedrado y el asfalto aún guardan, celosamente, el eco de sus pasos y, acaso, sean los únicos que intuyeron en su momento el último destino de su andar incansable. Al respecto habla un cantinero de aquellos años que SUDO tenerlo como parroquiano; «Venía seguido al bar, nunca molestó a nadie. Se arrinconaba en un ángulo del mostrador y allí se quedaba. A veces llegaba a media mañana y tomaba algún vino, pero nunca hizo insinuaciones a lo que escribía o a la fama. Fue siempre quieto, reservado, un hombre metido en sus cosas.»
El segundo libro de Víctor, Milongas de Peñaflor, fue editado exactamente seis días después de su muerte, el 12 de diciembre de 1969. Este nuevo trabajo muestra un poeta más reflexivo y punzante, cavilando sobre la existencia y la razón del ser, más a la búsqueda de sus propios paisajes interiores. Aparece además el escritor de versos de canción, de versos más breves y concisos que procuran encerrar mucho en pocas palabras.
La cristalinidad del agua del río se transforma en verso claro y simple, como para bebérselo de un trago y degustarlo dentro de uno mismo, muy lentamente.
Uno de los episodios más célebres de su vida es su paso y estadía en los pagos de Treinta y Tres donde conoce al maestro Rubén Lena y a través de él a quienes conformarán el célebre dúo Los Olimareños.
Que falta nos hace Víctor oír ese canto de clamor de justicia y de recuerdo de aquella época tan hermosa de ese Salto floreciente que viviste
Hoy que no abundan cantores de tu estirpe y todo se hunde en el interes del canto por dinero tu que le cantaste al dinero cuando decías
Que falta nos hace hoy que se cumple un días más de tu cumpleaños en aquel 16 de junio de 1921 nacías con el Partido Comunista acá en el Uruguay, nacías en aquel Salto de tranvías y sueños
Este Salto tan tuyo como aquel lejano Treinta y Tres querido del Rubito, del Indio Baladan, del Laucha Prieto de tantos y tantos amigos de ruedas fogoneros de encuentros en bares orilleros que fueron moldeando tu sueño de caminar y soñar.
No podía pasar este día sin recordarte, es imposible no escribirte a vos que sos el autor del segundo himno a Salto, con ese Adiós a mi Salto que quedó y será siempre la música que hará suspirar y hará rodar las lagrimas a tantos hermanos que cuando están lejos la oyen ahí estas tu Víctor .
Con esa bohemia vida de poeta errante eras ese pedazo de tierra, eras ese paisaje de Arapey y Olimar unidos en el canto folklórico que creaste
Qué falta nos hace hoy que se muere todo en el consumismo atroz donde no se aprecia el contenido de la música y de la letra de tus canciones.
Esa canción de rebeldía de protesta contra tanta humillación al pobre al obrero a la mujer lavandera, al naranjero, y a tantos amigos que compartieron contigo un vaso de vino en esas noches de música y guitarra
No se fue envuelto en oro el poeta, precisamente, será por eso que siempre está volviendo …
Su voz resuena en guitarras y fogones, en cánticos de amigos y familias, en raídas paredes de boliches marginales que por siempre le darán la eterna bienvenida. En los patios de las escuelas, en los corazones y gargantas de todos los niños uruguayos. *
Colaboración
del Tec Agr
Miguel Angel Suárez
Salto