Hoy por: Jorge Pignataro
Días atrás dimos cuenta de la reciente aparición del último libro de Selva Casal, poeta de vasta y reconocida trayectoria, nacida en Montevideo en 1930.
Titulado “En este lugar maravilloso vive la tristeza”, el libro fue editado por Estuario Editora y contiene 51 poemas escritos en versos libres, sin agrupación en secciones.
La primera impresión que causa es la de una poesía bien complementada por lo racional y lo emotivo. Con sentimientos expresados serenamente. Bien parece aplicarse aquí la concepción del discurso poético dada en Salto, hace pocos días, por el Académico Jorge Arbeleche, cuando expresó que la poesía debe unir “sensibilidad y reflexión”.
Los temas tradicionales de la lírica de todos los tiempos sobrevuelan sin descender nunca a lugares comunes, y con una profundidad reflexiva digna de las credenciales de su autora. Con un decir delicado, bello, “En este lugar maravilloso vive la tristeza” nos propone, por momentos, verdaderos ejercicios de razonamiento, al tiempo que revela nuevas realidades y llega a emocionar con algunos versos:
“cómo voy a explicarle a mis muertos
que una vez fueron niños
y hasta a veces felices”.
Nada más se puede pedir a la poesía.
Ya desde el título (primer verso del poema “Los últimos ángeles de la tarde”) el lector puede verse enfrentado a una contradicción entre lo maravilloso y lo triste, aunque quizás mejor, a la idea de lo “maravilloso” como fuerza que puede incluso sobrevivir a la “tristeza”, y de cubrir, a pesar de ella, “este lugar” que llamamos existencia. O a la imagen de la poesía como “lugar maravilloso” donde, entre tantas sensaciones, también “vive la tristeza”.
El juego de antítesis es permanente. La dualidad vida-muerte o amor-dolor (casi en una actualización del conceptismo quevediano) reaparece una y otra vez:
“jamás podré decirte lo que es vivir
lo hermoso
lo único lo lacerante que es vivir
ni por qué amar y sufrir fue lo mismo”.
Y dice otro poema: “el amor y el terror viven juntos”.
Casal tiene clara la misión del poeta y la manifiesta. El poeta es aquel que canta cuando todo enmudece, que debe exteriorizar en palabras la música que recorre y entrelaza sus pensamientos:
“Un silencio absoluto cae sobre las cosas
y hay en mi cerebro
un canto continuo…”.
Y es el que debe, en ese canto, dar vida también a lo que nadie ve: “son los seres invisibles que deambulan a nuestro lado”.
Pero la temática predominante parece ser la mirada con nostalgia hacia una vida que se va, y la lucha por recrearla. El yo se desprende de su realidad y de sí mismo, y mira –se mira – hacia el pasado permanentemente:
“vi la casa que había habitado
el cuerpo donde había vivido
por dentro”.
El pasado aparece hasta con fechas explícitamente dadas, se mencionan algunos años, el 1954, el 1974…, e incluso reiteradamente en algún caso. Por momentos, la vista se vuelve hacia el pasado con cierto desencanto:
“Posiblemente no he golpeado todo
lo que tenía que golpear
ni vivido todo lo que tenía que vivir
quise ser un pájaro y no fui…”.
Pero tampoco falta la mirada hacia el futuro, casi en palabras de adivinación y resignación a un tiempo:
“y toda nuestra sabiduría declina frente a la internet
ya no hay excusa
el ojo cierto de la computadora se encargará de todo
la vida nos mirará desde una pantalla”.
En definitiva el tiempo es uno, porque todo se une en la poesía, y puede por tanto nacer una invocación como esta:
“vengan todos los que amé
vivos y muertos”.
Y una sentencia: “nuestro futuro es nuestro pasado”.
Cuando éramos niños
Cuando éramos niños lo sabíamos todo
todo sobre ángeles todo sobre demonios
enfermedades y jardines
vivíamos tú y yo en el mismo cuerpo
se oían gritos a media noche
no sabíamos que éramos nosotros mismos
los que gritábamos
no existía la palabra prohibido
vivíamos nada más
después volveríamos a casa
después cuando resucitáramos convertidos en otros
dejó de respirar dijo el médico
como si fuera dueño de la vida
no! exclamamos
mientras la lluvia caía
buscábamos un anillo en la oscuridad
como algo que ardientemente hemos deseado
y nunca pudimos obtener
así quedaron en el camino
cuerpos bosques y esqueletos.
Selva Casal.