-Porque a Ceibal no le quedaba otra. Había agotado los argumentos más o menos razonables o tácticos. Y siempre la ineficacia de no poder. Le quedaba el centro a la olla. Así como antes, cuando no es posible generar aperturas por las bandas o perforar por el medio se transformaba en cuesta arriba, máxime si en Saladero volviendo Facundo González, como sostener que una torre humana es capaz de neutralizar todo.

Pero fue en ese segundo piso de la última ilusión, cuando el vigésimo centro llegó al área y Nicolás Cáceres metió el frentazo al gol.
Y fue gol. Y fue empate. Porque fue nomás la última ilusión de equilibrio, en medio de ese Saladero postergando la misión de ataque, para convencerse que el negocio estaba en la espera, en el nivel de contención alcanzado.
Fue el empate que produjo Ceibal, cuando los tres puntos se le iban sin más vuelta, cuando Saladero se frotaba la ambición de la escala primero y amenaza en lo inmediato.
Cabía preguntarse: porqué en el segundo tiempo, no apareció el Saladero del primer tiempo. El que no solo se fue ganando 1 a 0, por esa impecable resolución de Gastón Barrientos a los 9′, sino porque además el equipo de Alejandro Irigoyen conjugó dos aspectos esenciales: defender bien y atacar a favor de hilos conductores infaltables y un acechante a sol y sombra como Jonathan Lúquez.
Hasta pudo llegar al 2-0, ante el Ceibal de las dudas acumuladas y solo cuando sonó el despertador desde Agustín Suárez, algún sentido de proyección y llegada fue parte de la cita.
Claramente en el segundo tiempo, Saladero se expuso a la defensa de un 50% de la idea: el evitar. Se quedó lejano en el 50% restante: el de proponer sobre la base de una continuidad que le faltó.
Por eso Ceibal terminó imponiendo esa justicia del final, cuando Cáceres metió el frentazo del empate. Ceibal no ganó puntos: evitó perder tres.
Saladero tenía firmada la cláusula de victoria. Se escondió demasiado. Le tiró maldición al empate. Al fin de cuentas: también fue culpable.
-ELEAZAR JOSÉ SILVA-