Ignacia Mediavilla y Camila Torrealba son chilenas. Una tiene 20 años de edad y la otra un año más. Ambas nacieron y aún viven en la cosmopolita Santiago de Chile, con sus más de cuatro millones y medio de habitantes y a escasos kilómetros de una de las maravillas naturales del mundo, como es la Cordillera de Los Andes.
Estudian en universidades de la capital trasandina, viven con sus familias, y tienen todo su entorno en esa ciudad impresionante que alberga una cultura y una historia de las más ricas y antigua de nuestro continente. Sin embargo, estas jóvenes se reunieron con otras cinco amigas y decidieron emprender un viaje, con la intención de recorrer varios países de la región y poder conocer parte de estas tierras.
La de ayer fue una jornada sumamente calurosa. Tremenda. Una de las más sofocantes que hemos soportado hasta ahora. En esta época el pasaje de turistas por la avenida Blandengues estaba bastante agitado. Muchos vehículos con destino al este del país, con matrícula de distintas partes de la región, Argentina, Brasil, Paraguay, Chile, Bolivia etc., dejaban su huella en el pavimento blando por las altas temperaturas que ya se hacían sentir desde media mañana.
Pero la avenida Blandengues, entre Brasil y 19 de Abril tenían una postal distinta a la de los transeúntes que caminan habitualmente por la zona, con la cabeza atenta al panorama y la mente enfocada en los quehaceres diarios.
Un grupo de jóvenes, se encontraban haciendo dedo o como se le conoce en todos lados, el autostop, procurando que algún buen samaritano se apiade de ellas y frene su coche, camioneta o camión, y acceda a llevarlas por la ruta camino al sur del país.
Si bien el esfuerzo, era parte de la aventura que las sacó de su vida en la gran ciudad y les hizo decidirse por tener un verano a pleno, conociendo otros rincones de nuestra vasta y rica América Latina, el calor ya las había atrapado y sobre sus mentes, sólo pesaba el querer salir de tórrido sol lo más pronto posible. Aunque en ese lugar y a esas alturas ya se les haría bastante difícil.
Entre sorprendidas y curiosas accedieron a hablar. Sin saber cómo ni porqué, contaron parte de su historia. Sólo buscaban una cara amiga que les dijera algo. El estigma de la violencia y la inseguridad de las grandes ciudades lleva a que todos quienes viven en un lugar así, tengan un poco de desconfianza cuando un desconocido se les acerca.
“Estamos haciendo un viaje de siete amigas, todas tenemos entre 20 y 22 años de edad. Salimos de Santiago de Chile y la idea principal era poder ir por Argentina, Uruguay y Brasil. Pero nos creemos que a este último país lo tendremos que dejar para otro viaje, porque nos hemos encontrado con que las cosas están un poco caras y el dinero nos tiene que durar”, dijeron sonrientes y felices de estar viviendo una aventura que las hizo desembarcar en estas tierras.
Hablaban con el típico acento chileno, en forma rápida y con muchas palabras juntas y entreveradas. Dándole otro matiz a la lengua española, uno muy particular, pero a su vez encantador y pintoresco.
Dijeron que querían llegar al este del país, porque le habían mostrado fotos y ellas buscaron por sí mismas imágenes de la costa este uruguaya y les gustó mucho. De Salto, no sabían nada. Pero al llegar se quedaron con la imagen de una ciudad “limpia”, con gente “amable” y con “mucho calor”.
“Yo estudio periodismo en Santiago”, dijo Ignacia, sujetándose su cabello rubio y al rato se acomodaba sus ropas sueltas. Las mochilas eran pesadas pero estaban llenas del calor del camino, de ese sentido que sólo dejan los viajes, las emociones que despiertan y las pasiones que convocan a vivir un periplo único.
Contaron que trabajan y estudian en su ciudad natal. Pero planearon el viaje cuidadosamente, y salieron a encontrar sus propios destinos. “Nos fuimos al sur de la Argentina. Estuvimos en Mendoza, y recorrimos gran parte del sur y centro argentino. Luego queríamos ir a Tucuman, pero nos dijeron que era muy peligroso para siete mujeres solas, así que decidimos agarrar para otro lado y terminamos en Entre Ríos. Entonces vimos que era nuestra oportunidad de venir a Uruguay porque estaba al lado”, comentaron.
Todo el camino recorrido, lo hicieron a dedo. “Cuando llegamos a Concordia, hicimos dedo para venir a Salto y nos trajo un auto uruguayo que venía para acá, y nos dejó en la terminal. Allí nos aprovisionamos un poco y ahora partimos hacia el sur. Queremos conocer Montevideo y el resto del este de Uruguay”, dijeron.
Pero el punto para hacer autostop que habían elegido ayer por la mañana, no era el más indicado. Así que bajo sugerencia tomaron sus mochilas, cargadas de ilusiones y de vivencias, y siguieron algunas cuadras por la avenida Blandengues hacia el sur, para poder encontrar quien las llevara hasta su nuevo destino.
Ahora incursionaron su aventura en nuestro país, y se llevaron de Salto una postal de “amabilidad como casi no habían encontrado en otros lugares”, señalaron. “Si no nos gusta el sur, nos volvemos aquí” bromearon mientras se despedían agradecidas, demostrando quizás sin darse cuenta, como las fronteras sólo son imaginarias.