Siempre hemos sostenido que el trabajo es el antídoto que se requiere para mejorar la situación que vivimos. Entendemos que no es fácil conseguirlo porque se trata de una de las primeras y más nocivas consecuencias de la pandemia que enfrentamos.
Uno de los primeros aspectos de la línea de conducción adoptada en el Uruguay, ha sido la cuarentena voluntaria y la convocatoria a la mayoría de los uruguayos para que se quedara en casa.
Pero precisamente esto es lo que debe entenderse. Son muchos los uruguayos que tienen necesidad de salir a trabajar, porque en caso contrario no comen. Los más necesitados han manifestado abiertamente “prefiero arriesgar a que me mate el coronavirus, si me toca, y no el hambre por no trabajar”, que es seguro que me atacará a mi y a mi familia, si no trabajo.
Es que una vez más se demuestra que el trabajo es el motor de cualquier país. Nunca más patente que hoy, cuando los uruguayos sabemos el riesgo que corremos con ciertas acciones, pero somos capaces de arriesgar todo, incluso la vida, con tal de tener trabajo y sustento diario para nuestra familia.
Hay que entender que se dan aquí varios elementos que inciden, desde la necesidad y el orgullo de los uruguayos que prefieren trabajar y ganarse legítimamente el dinero para mantenerse, antes que quedarse de brazos cruzados. La cuestión es entonces entre la voluntad y la necesidad.
Es uno de los grandes desafíos que tendrán que enfrentar los gobernantes actuales y futuros. Lamentablemente nadie puede decir con certeza cuando llegará a su fin la pandemia que sufrimos.
El Estado (que es más que el gobierno de turno) es el que tiene la llave de la situación. Pedirle a la gente que se quede en su “burbuja”, que no se mueva, o incluso cerrarle las puertas de su trabajo, luego de un año de restricciones, es cortarle los brazos. El Estado debe considerar esto y darle alternativas. No es justo que se cierren las fuentes de trabajo privadas, si el Estado no sufre lo mismo.
Que se entienda bien, hoy son necesarias las medidas más duras, imprescindibles diríamos, pero adoptarlas sin compensar por el esfuerzo y la entrega a esos uruguayos, es injusto e insensible. Además de que nos deja enormes dudas sobre la legalidad de las medidas.
Seguramente jamás se podrá compensar todo el daño que se cause, pero al menos se lo debe disminuir y reducir a lo mínimo.
Esto tendrá consecuencias seguramente, pero no es tiempo de evaluar las pérdidas, sino de prepararnos lo mejor posible para enfrentar lo que se vendrá.
A.R.D.