Hay lugares públicos en Salto que realmente presentan un aspecto ni más ni menos que decadente. Se podrá decir que no es novedad y que son muchos, además de que siempre los hubo y seguramente los habrá, mientras no cambie la actitud de la población en general. También se podrá decir que hay responsabilidad de los servicios que brinda la Intendencia, sea recolección de residuos, obras, parques y jardines, alumbrado público, etc. Quizás se pueda coincidir que la responsabilidad es siempre compartida.

Pero hoy cobra protagonismo en estas líneas el espacio que comúnmente se conoce como «Altar del Papa», es decir la plaza ubicada en calle Yacuí entre Leandro Gómez y Juan Pablo II, zona de Costanera Sur. Las fotos que acompañan esta nota son elocuentes para describir el estado de abandono y decadencia en todo sentido. Cabe recordar que allí se alzó en 1988 un altar para recibir al Papa Juan Pablo II, altar que poco tiempo después fue destruido por el fuego; ahora lo que hay es una alta cruz (18 metros de altura) junto a una placa con la forma del mapa del Uruguay en la que se lee: «Aquí se recibió con alegría a Juan Pablo II. 9 de Mayo de 1988. La Diócesis y el pueblo de Salto lo celebran».
Aunque muchos no lo sepan, este es un lugar que muchos salteños (e incluso personas que llegan desde otras ciudades) buscan para una especie de recogimiento espiritual. El pasado viernes fue Viernes Santo y la elección de este sitio para pasar un rato fue mayor que otros días del año.

Pero, sorpresivamente, quienes llegaron hasta allí se encontraron con un panorama absolutamente desagradable: muchísima basura desparramada por todo el predio (bolsas, trapos, botellas, papeles, cartones…) entre la que no faltaba hasta excremento humano y, como si fuera poco, junto a la cruz y resguardados por la vegetación, por lo menos dos colchones evidenciaban que se trata de un lugar que algunos utilizan para pernoctar. Si se agrega a esto la suciedad y leyendas graffiteadas en los muros, más el hecho de que de los siete bancos de hormigón que hasta hace poco disponían los visitantes para su comodidad, solo dos se mantienen sanos (los demás están en el suelo o directamente molidos), hay que concluir que cualquiera podría pensar que se trata de un lugar en completo abandono.
Ojalá no tarde en ser reacondicionado. No solo por la imagen que a través de él brinda Salto a un eventual turista, también para el bien de los mismos salteños, y hasta por una cuestión de elemental respeto a la personalidad, en este caso religiosa, a la que recuerda y rinde homenaje.
Jorge Pignataro