Hace 25 años, Laura Dominguez daba a conocer su primer libro: “El borde” (Ediciones Casa de Nuna, 1998). Laura había nacido en Montevideo en 1961 pero en ese momento (y desde 1989) vivía en Salto. Aquí residió muchos años, dedicada a dictar clases de Literatura en los liceos y de Pedagogía en Formación Docente. También incursionó en el periodismo.
Esta semana se cumplirán 25 años de la aparición del libro de relatos “El borde”: el acto de presentación en la Casa de Nuna (Invernizzi casi Uruguay), a cargo de Leonardo Garet (quien escribió además las palabras de contratapa) fue en la nochecita del 1° de diciembre de 1998.
Años más tarde, Laura daría a conocer dos libros más: “Bitácora” (relatos, 2002) y “El sombrero de Ava Gardner en el país de las Piedras” (poemas, 2014). Actualmente reside en el Este del país.
Hoy, con estos relatos, recordamos El borde:
UNA MUJER EN EL SANATORIO
Lo primero que conocí fue el baño. Prolijo, limpio, acogedor -a pesar de ser un baño-. Luego, la sala y el perfil de la mujer dormida. Un perfil atormentado por su vida difícil; últimamente a consecuencia de una operación que la inmovilizaba. Su alma también se retorcía en ese cuerpo dolorido.
Era tan inhóspita su casa, que el sanatorio resultaba ser el Nirvana personal donde soñaba con un futuro. Un futuro de trabajo e independencia. Ella que nunca trabajó; ella, que no puede ser físicamente independiente y que ahoga su llanto construyéndose amantes a medida, uno para cada ocasión. Y los consigue. Esos que gozan con el martirio ajeno.
Salir del sanatorio a tomar un café puede ser, durante quince minutos, el motivo de nuestros desvelos. Que sea en Bulevar Artigas o en cualquier parte del mundo, es igual. Todos los bares tienen la misma música aunque cambie la tonada. Luego, al volver, la brisa de la noche, me golpea en la cara.
Y yo acompañé a esa mujer, mientras pensaba en las formas de vida que siguen corriendo y trataba de dilucidar cómo haría ella para liberarse del mundo, y cómo haría yo para recontar esta historia entre fantasmas sin consuelo, y no hundirme en sus tormentos.
Las miradas aprehenden distintas perspectivas de la realidad y ninguna la abarca cabalmente. ¿Se revelará el interior huraño de Facundo o seguirá siendo tan inaprensible como la primera vez que lo vimos? Fue el día de la explosión. De golpe tras esos fogonazos, aparecieron sus ojos en ese hombre. Facundo aparece en los momentos más insospechados. La sorpresa lo distrae y ahí es cuando deja la máscara y yo lo veo.
Después comienza el rastreo. Escucho lo que dice y las claves que me dan otras personas aún sin saberlo. No se trata de presentar a ese nuevo Facundo, no me interesa su biografía, sólo alguna clave que me permita afirmar: Facundo está.
VACACIONES JUNTO AL RÍO
¡Cuidado con el río! Suele tener lianas por las que se pasean las mojarritas y los bagres que intento pescar.
Hay un ahogado, dos, que miran desde el agua, con los ojos abiertos-vacíos-la luz del sol que entra por esas penumbras. ¿Tendrán pesas de cemento?
Estirando un poco el cuello puedo ver el delta que se abre a la distancia. Pasa una motoneta blanca por el camino que corre junto al río, detrás del pequeño muelle. Consigo una hamaca paraguaya -también blanca- para la siesta bajo los árboles.
De noche duermo en la «cama del muerto». Es muy alta, allí colocan las mantas de todas las camas. La miro, parece de princesa-muerta-. Yo debo dormir allí. Me ha tocado en suerte. Da un poco de miedo.
A veces, siento tristezas de vacaciones, casi un vacío en el estómago, casi un icaramba! estoy sola aquí, sin mis padres. Suele ocurrirme mientras miro la cama del muerto. También cuando veo las moscas degolladas en el mosquitero o boyando en aquel líquido rosado y dulzón, intentando escapar.
Si voy de pesca, cruzando el camino, suelo poner las mojarras es un balde. Esta tarde, un lagarto -¿o comadreja?- las comió.
Todos salieron a buscar a ese bicho ladrón que se había llevado mis mojarritas en su panza. ¡A la caza!, ¡a la caza del ladrón! Yo quedé asombrada y sola, lamentando las mojarras perdidas. Siempre me gustaron más que los bagres bigotudos y hostiles.
Tío Facundo también salió a buscar a ese bicho ladrón. Es mi protector. Lo imagino luchando a brazo partido con ese lagarto-comadreja-bicholadrón. Luego, el bicholadrón crece y se transforma en un bichodragón que custodia algo, un tesoro.
Facundo tardó en volver. No me trajo el bicholadrón. Sólo dijo que el naranjo de la huerta estaba en flor…que fuera a verlo.