Hoy por: Jorge Pignataro
“Tango Nuestro” actuó en Buenos Aires
Como informara oportunamente EL PUEBLO, en estos días el conjunto salteño de música típica rioplatense “Tango Nuestro”, participó de un importante acontecimiento musical en la capital argentina. Cabe recordar que la banda está integrada por Lidio Da Col en bajo, Jorge Rodríguez en guitarra, César Borghetti en bandoneón y “Nilo” Núñez en voz. Miércoles y jueves pasados fueron concretamente los días de participación en Buenos Aires.
Consultado al respecto el bajista del grupo, Lidio Ángel “Bacho” Da Col, manifestó que la invitación provino de “un grupo de gente relacionada con la parte cultural (de Buenos Aires), gente que pertenece a diferentes asociaciones tangueras”.
En cuanto a las actuaciones realizadas en aquella ciudad, expresó: “Actuamos en un bar, “Zanatta Bar”, que está ubicado en Sarmiento 3501, y además hicimos pequeñas incursiones en la Academia del Lunfardo, donde nos atendió muy bien un señor de apellido Oliveri, que es el encargado. De allí por ejemplo pudimos traernos un libro muy bueno sobre el lunfardo. Además actuamos en dos lugares más, pero para mostrarnos nomás, en un parque, que es un lugar que está enfrente de un lugar muy conocido en el ambiente tanguero, que se llama Torcuato Tazo”.
Acerca de lo que significa el acontecimiento en sí, explicó el músico que “Ellos (los organizadores bonaerenses) organizan una fiesta y te llevan de acá para allá y te muestran, es como un festival, es un evento cultural tanguero. Esto en Buenos Aires es algo muy frecuente, hay miles de lugares donde se hace esto. Para nosotros fue algo muy positivo. La experiencia es fantástica. Hay que tener en cuenta que Buenos Aires tiene once millones de habitantes, y grupos como nosotros cien mil…”. Tal es la frecuencia con que se organizan estos eventos, que para los músicos de allá la participación es permanente. Da Col narró a este diario que en el momento de actuar, se veía en el lugar “un amontonamiento de músicos, incluso afuera del local, esperando para entrar”; es que todos saben que “de ahí arrancan los contratos”.
“En Buenos Aires, que es la cuna del tango, sentimos respeto”
“Allá pudimos vender como cuatro o cinco discos –prosiguió Lidio Da Col – y lo más importante es que la gente se interesó. No te voy a decir que nosotros somos buenos, tampoco te voy a decir que somos malos, pero el público realmente tanguero nos escuchó, nos apreció y nos aplaudió. Lo fundamental es que en Buenos Aires, que es la cuna del tango, sentimos respeto”.
El bajista comentó además que tuvieron oportunidad de estar (“aunque sólo de paso, allí no actuamos”) en lugares emblemáticos del tango, como el “Café Homero Mansi”, “Caminito Tango” y el “Café Tortoni”.
Sin dudas que la ocasión valió no sólo por la experiencia en sí de los días de actuación, sino también por las puertas que se abren hacia el futuro (“Martín Vicente, por ejemplo, es un muchacho que está en estas organizaciones y está tratando de ubicarnos allá”, dijo el entrevistado). Pero, principalmente, vale por la trascendencia de una parte de la cultura salteña fuera de fronteras nacionales. Y con éxito merecido.
Colaboración del periodista y escritor Alejandro Michelena:
Una mirada sobre el pintor Pedro Figari
“Don Figari, pintor de la tierra mía” se titula la mirada que da el escritor capitalino Alejandro Michelena a la obra y a la figura del famoso pintor uruguayo Pedro Figari, a través de esta nota enviada especialmente como colaboración para EL PUEBLO:
Don Figari, pintor de la tierra mía
Mencionar a Figari es para la mayoría de los uruguayos, y para no pocos extranjeros amantes de la pintura, convocar sus candombes de negros, sus bailes de gauchos, sus paisajes camperos. Pero sobre todo su inconfundible paleta caracterizada por el marcado colorido y una pincelada inspirada en la corriente estética Fauvista -en auge en las primeras décadas del siglo XX- aunque no por ello menos personal. Este es el Figari que, con justicia, ha trascendido el tiempo: el artista, que desplegara su talento en la edad madura, legándonos una obra que al presente es parte de la identidad uruguaya.
Sin embargo, Pedro Figari tiene otros perfiles, que han quedado opacados por su condición más conocida. Abogado de fama, notorio como penalista -con protagonismo jurídico en casos famosos, como el legendario «crimen de la ternera»-, fue además un inquieto legislador. Director de la Escuela de Artes y Oficios, sus ideas pedagógicas marcaron allí una inflexión renovadora, vitalizante e integral, en la formación de más de una generación de eficaces artesanos (en un tiempo en el cual la estética en la decoración era todavía necesaria en la terminación de las fachadas e interiores, así como en el mobiliario, los objetos de adorno y las joyas).
Como pensador -una zona fundamental de sus inquietudes- Figari se inició en 1912 con Arte, estética e ideal. Allí desarrolla, al decir de Manuel Claps: «Un pensamiento de tipo naturalista… El materialismo que defiende no es mecánico ni vulgar. Se trata de un materialismo estructuralista, donde aparecen bien distinguidos los diversos niveles de lo real». El arte, la ciencia y el tópico del individuo, son motivos de reflexión que perfilan fuertemente la posición filosófica de Figari. Partiendo de una moral vitalista afirmada en la dimensión biológica, su postura va a culminar en una clara apuesta a la solidaridad y en un personal optimismo en el destino humano -cuando otros adherían al pesimismo y al darwinismo social que pregonaba como ley la del más fuerte-, lo que llevó a Claps, su analista más lúcido, a considerar a Figari como «el primer metafísico uruguayo».
Si bien se han reiterado los esfuerzos para hacer conocer y valorar la obra conceptual de Pedro Figari, la desconexión de su pensamiento con las líneas entonces hegemónicas en nuestro medio en materia filosófica, lo han condenado a una condición todavía marginal.
Había pintado como aficionado desde siempre, pero fue en su madurez e instalado en París que Figari desarrolló su obra mayor, plena de nostalgia por un pasado nacional que se pierde en los recuerdos infantiles y en las evocaciones de sus mayores, perfilando a la vez una obra originalísima y una válida crónica pictórica de nada menos que dos de las esencias básicas del ser uruguayo: el orbe gauchesco, y la negritud. En gran medida, aunque sin apelar a un forzado pedagogismo, se refleja en su pintura el «robusto» pensamiento que había constituido el núcleo de su obra en los tiempos juveniles.
Alejandro Michelena